Los personajes de Un minuto... guardan silencio demasiadas veces. Por suerte, Biurrun no lo ha hecho.
En más de una ocasión he dicho que Ismael Martínez Biurrun (podéis leer también la entrevista que le hacemos) es uno de los autores más interesantes de España. Y lo ha vuelto a demostrar. Así de sencillo. Decir de qué trata Un minuto antes de la oscuridad sin caer en el spoiler es poco más que imposible, pero digamos que consta de tres tramas: una de ciencia ficción, centrada en Yonan; una policial, centrada en Ciro; y una psicológica, centrada en Sole. Y sin embargo, la novela en su conjunto pertenece más bien a un cuarto género: el terror.
Pero no me entendáis mal: son tres tramas, pero no son inconexas. De hecho, solo tienen sentido en tanto que se influyen unas a otras, y las he calificado en función de sus rasgos más evidentes. Eso no impide que el psicologismo se adueñe poco a poco de la trama de Yonan, mientras que la ciencia ficción irrumpe en la de Ciro, por ejemplo. Es en su conjunto que forman un todo tremendo.
La novela tiene una serie de elementos que le confieren una estructura bien cerrada. El primero de ellos es la muerte, omnipresente a lo largo de sus 300 páginas, pero que encontramos en la primera escena y en la última, cerrando una historia que, ahora vemos, solo podía terminar así. De hecho, hay una serie de puntos que marcan el devenir de la trama, haciendo que los personajes en realidad no puedan elegir gran cosa (como acertadamente teme Sole), y en todos ellos la muerte hace aparición.
El fuego es otro de esos elementos recurrentes que van dando cohesión. De nuevo aparece en la primera escena y lo vuelve a hacer en la última, aunque indirectamente: el escenario es una casa quemada. Pero lo hace además aquí y allá: en la herida de Yonan, en columnas de humo de origen indeterminado, en el vestido rojo que se pone Sole, en el nombre de la calle (Avenida de los Fuegos)…
Y tiene lógica que sean esos dos elementos, destructivos, los que más destaquen como cohesionadores de la novela. En un mundo que se desmorona, que ha sido ya destruido en su mayor parte pero que aún resiste e intenta curarse, el fuego se convierte en la metáfora perfecta. Lo consume todo, lo destruye, pero permite la ilusión de la salvación: podemos apagarlo, ahogarlo, curarnos de sus quemaduras. Solo que se trata de una ilusión. Al final, al principio, todo es muerte. En un sentido o en otro.
Sin embargo, la clave no está en lo que aparece, en lo que se dice, sino en lo que no se dice. Un minuto antes de la oscuridad es una novela de silencios, y son esos silencios los que traen la destrucción. La incomunicación entre Ciro y Sole ha destruido su matrimonio, aunque Ciro se empeñe en mantener la ficción, como se empeña en mantener la ficción de toda la realidad: trabajando como profesor de historia en la universidad, sin cobrar, sin alumnos; viviendo en un barrio abandonado por la ciudad y poniendo denuncias cuando algo pasa, como si le fueran a hacer caso. Pero esa incomunicación familiar se extiende al pequeño Pau, que ya debería hablar pero no lo hace.
El silencio es también lo que precipita el final en la universidad y, por ende, en Madrid. Lo que el decano no le dice a Ciro, lo que Ciro no le dice al comisario. La falta de comunicación provoca el desastre una y otra vez, y resulta cada vez más difícil comunicarse por esos mismos desastres. El propio personaje de Yonan está marcado por el silencio, más allá de las palabras. Como Sole dice en varias ocasiones, resulta imposible saber qué piensa detrás de ese rostro de impasibilidad.
Y paradójicamente, serán palabras las que pongan final a todo. Las del alcalde, las de Ciro, las de Yonan, las de Sole y Pau, las oídas en la calle. Aunque, bien pensado, quizás no haya ninguna paradoja.
Es febrero, pero creo que probablemente sea una de las mejores novelas que leeremos este año. Yo aún estoy recuperándome de ella, y de su final. En mi mente suenan los Sex Pistols.
Inicia sesión y deja un comentario